martes, 27 de octubre de 2009

Una rosa es una rosa

Para armar a la reina de las flores hay que, en primer lugar, formar el centro con un pequeño cono (de porcelana fría) inserto en un alambre encintado.
Se estira otro pedazo de masa con palote, sobre un hoja o lámina de acetato, espolvoreada con fécula para que no se pegotee. Lo ideal es amasarla entre dos láminas de acetato o plástico duro, para evitar que la masa se ensucie. Luego, con un corta pasta, se separan círculos que serán dividios en dos, para formar los pétalos. El primer pétalo, el que envol­verá ese cono de masa que es el centro, debe colocarse un día antes, y los otros, una vez seco el primero, se irán po­niendo después, dándoles el tamaño y el movimiento de­seados. Cada pétalo envolverá parte del pétalo que esté de­bajo, para darle una forma lo más natural posible..
Para hacer un pimpollo no se emplearán más de tres péta­los, cerrándolos más y dándoles un reborde doblado en el extremo.
Una rosa madura, en cambio, lleva por lo menos cinco péta­los, y la mayoría de las veces, ocho. A medida que hacemos los pétalos del exterior, éstos deben ser más grandes y abiertos. Una rosa se va abriendo desde el centro: ésta es la ¡dea que debemos transmitir, de algo que tiene una vida que surge desde su centro.
Para el cáliz (la parte verde que está en la base de la flor y la sostiene) se arma un círculo verde, dividido en cinco sépalos que sostendrán los pétalos desde abajo. Desde ahí se inser­tará el tallo, que puede ser sólo de alambre forrado de ver­de o, par darle una mejor terminación, puede envolverse también con una fina capa de porcelana. De él saldrán las hojas (que pueden recortarse con un cortapastas en forma de hoja, adquirido en casas de cotillón). Para secar, pinchar los tallos sobre planchas de telgopor.

0 comentarios:

Publicar un comentario